La vejez eran cuatro nietos,
cuatro hijos, cuatro nueras,
en sus manos los abriles
que no perdonaban pecas,
las piernas sin alegrías,
los brazos con codos viejos.
Le sonrió a su espejo
y los gallos le salieron
con las patas por el rímel
debajo de unas cejas
fruncidas en entrecejo.
La vejez se destapaba
cuando la fiesta era ella:
una rosa en el jardín
donde los rosales crecen.
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