La vejez hablaba en su cara
con las huellas de los calendarios
y temió el adiós temprano
al ver los surcos marcados.
No podía ser la uva pasa
que no quieren en Fin de Año
ni podía ser mal recuerdo
de los dieciocho pasados.
Reinventó rasgo a rasgo
con la ayuda del cirujano.
Él cincelaba su rostro,
su cuerpo y casi su alma.
Ella pagaba y disfrutaba
una estatua que envidiaban
las amigas mal llamadas
amigas cuando no eran
lo que a ellas llamaban.