Habían acabado y no creía
un adiós como un helado
que te deja los labios fríos
acercando enero a una tarta.
No lloró, pero había llorado
si creyera lo que estaba pasando:
un te dejo con un café caliente,
el azúcar echado y el bye bye
nadando en la nata.
Lo vio irse y no reconocía
en su espalda al hombre amado
porque había un desconocido
dentro del mismo traje.
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