Me invita a su casa y casi muero
cuando la envidia me envenena
por un palacio que aún conserva
el perfume de las princesas.
Resbalo por las escaleras borracha
por dos vasos de vino de nevera
y huyen de mí esos deseos
de tener escaleras de madera.
Tropiezo con la cama en el quinto
dormitorio pasado por Ikea
y desierta de mí la mala idea
de tener una casa como esta.
Prefiero un piso proletario
firmado por la polilla y la molestia
del frío que enfría cada hora
vivida entre el ayer y el presente.
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