Era una madre viajera
con los hijos lejos
y el marido más.
Perdió el avión,
tomó un café,
encontró a la amiga
de aquella niñez
entre matemáticas
y un examen diez.
Pasaban las horas,
venía la noche,
se asomaron juntos
sus hijos al móvil
buscando un cuento
lleno de horrores.
Les habló de brujas,
princesas y ranas
que fueron los príncipes
de buenos finales.
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