Lo dejaba. Y él no la creía.
La vio hacer las maletas,
vestir el jersey amarillo,
guardar el pijama
entre blusas y faldas,
y colocar bien doblados
los pantalones vaqueros
de su día a día.
La vio ir a la nevera,
coger una manzana
como la nueva Eva
que dejaba su paraíso.
La vio morder la fruta
prohibida por Dios
sin ofrecerle un mordisco.
Se sintió el último hombre
indigno de ser heredero
del Adán que inició
un nuevo camino.
Lo dejaba y se iba
con el amigo que tuvo
mientras no fue enemigo.
Quedaría con su abandono
mirando las fotos
donde sonreían.
Ella sólo llevaba su ropa
y se iba vestida
con un jersey amarillo.
Pensó en la suerte y dijo:
mucha mierda, amiga.
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