Estoy cansada del mundo,
de la gente, de los perros.
No aguanto al ruiseñor.
Los gatos me desesperan.
Veo a un perro disfrazado
de perro con chubasquero.
Lo lleva un hombre monstruo
atado a una nevera.
En la esquina de la acera
despluman a una vieja
dos comadres angustiadas
porque la vecina bebe.
Del bar del barrio escapan
los gritos de los que apuestan
entre un vaso de vino
y un pincho choricero.
Al final de la locura
está el colegio desierto.
Los alumnos han huido
de pupitres y maestros.
Regreso muerta de frío
al silencio del silente
comedor donde se come
arroz hoy y arroz siempre.