Después de su viaje a París
regresó al nido imposible
donde el amor era un beso
entre un grito y un berrinche.
Volvieron el desorden y el caos,
los manteles oliendo a nocilla,
las trenzas y pelos despeinados,
mochilas llenas de matemáticas.
Apareció la suegra a las doce,
la madre siguió al teléfono,
vino un vendedor de seguros,
el butanero le tiró los tejos.
Su vida volvía a ser su vida
en una carrera de maruja
que sale con la lista escrita
y regresa con la compra lista.
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