Un día se miró al espejo
y vio canas donde hubiera
un buen pelo negro.
Descubrió las marcas
del paso del tiempo
en su piel de hombre
en la quinta década.
Sus manos no eran
las manos que fueran.
Los pies le dolían.
Su espalda ya era
un suave tormento.
Al día siguiente le echó
un pulso al futuro
desde el presente:
le dijo a su jefe
me voy y no vuelvo
a la banal vida
de trabajo pobre
y cruel hipoteca.
Marchó sin maleta
a buscar su meta
en el horizonte
de un campo verde.
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