Había perdido mi dinero
en una sesión de peluquería,
en el vestido nuevo,
los zapatos caros,
un bolso alquilado,
el maquillaje,
el taxi...
y tú sólo mirabas tu iPad...
Acaricié tu mano
buscando la caricia
que llevaba el cacharro.
Tus dedos se enredaron
en mis dedos y se produjo
el milagro que no deseabas:
tu iPad resbaló de tus manos
y encontró el fin en el jardín
entre las margaritas blancas
y las rojas rosas rojas...
Sonreíste...
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