Eran doce las suegras que tenía
sin haber pensado en matrimonio.
Una era más jefa que ninguna.
Otras callaban y hablaban con los ojos.
Nunca había visto tanto agobio
en mí pobre y humilde persona.
Era una nuera que no era nuera,
la recién llegada a la Cueva del Oso.
Fue tal mi agobio que dije
que prefería otra tortura aún más dura.
El espanto se pintó en los rostros
de las doce suegras que tuve.
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