Eran tres los tres hermanos
con sus tres pares de manos
montando bola a bola
el árbol de las Navidades.
La mayor era la niña
que creía en los Magos,
el segundo era un pecoso
pintor y mal dibujante
y el tercero era el Rey
del oasis de la casa:
aquel cuarto donde estaban
los juguetes encerrados.
El árbol acabó siendo
un abeto derribado
por el peso de la estrella
que iluminaba sus ramas.
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