Jugué a ser madre de un monstruo
y salió un niño de su bolsa.
Era el niño que buscaba el pecho
por donde salía líquido amarillo.
Jugué a esconderle el chupete
y sacó los dientes de una fiera.
Quería morderme y devorarme
la grasa que metí comiendo peras.
Jugué a cantarle nanas mías
y fue el niño quien cantó más fuerte.
El monstruo ya tenía su cara
pintada en sus aún tiernos mofletes.
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