La vejez se asoma a tus surcos
y deja sus señales en mi cara.
Miro tus manos y veo edad.
Tocas mis manos y te espantas.
Somos dos viejos enamorados
en la residencia de los desastres:
unos cojean, otros no hablan
y los que hablan ya nos espantan.
No me das nunca un beso
ni te pido que me abraces.
¿Para qué notar tus huesos
y dejar notar mis grasas?
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