Llegó a París como Cervantes
llegó a la Batalla de Lepanto:
con ganas de ganar medallas
en una guerra declarada.
Miró una a una las fachadas,
buscó aposento y caviares,
dejó una propina diminuta,
subió a un taxi ya borracha.
La vida era bella como el Sena
que salpicaba a los turistas
con gotas de contaminación.
Bajó los pies de los zapatos
apeando sus dedos del dolor
y se sintió una bella flor.
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