Tu padre encendía el fuego
y tú le decías cuidado, te quemas,
como un buen hijo
al que nunca quieren.
Los vecinos comían
las pizzas calientes.
Limpiabas los suelos.
Dejabas abierto.
Tú padre hablaba
de tantos recuerdos
como las memorias
de un viajero.
Los nuevos vecinos
son gente muy buena,
decían aquellos
vecinos de siempre
antes de llamaros
malos venideros.
Un día las tardes
de brasas y cuentos
pusieron el fin
y lloraste a un muerto.
Cuidado, papá, le dijiste al verlo
sobre tantos hombros
como a un torero.
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