El nuestro era un amor
de besos entre pucheros
que olían a cebolla
cortada con ajos puerros.
Entre un pedido apurado
y plato de lentejas
él me guiñaba un ojo
y yo le decía te quiero.
Se acabaron los piropos
con su despido injusto.
Él marchó a Alemania,
yo quedé en las cocinas.
El amor fue acabando
como acaba el buen vino:
un vaso pide otro vaso,
el último es el olvido.
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