Su risa era un cascabel
subido a la lámpara rosa
que tiraba desde el techo
los rayos de Iberdrola.
Tan feliz a los sesenta
se sentía que lloraba
al recordar emociones
vividas en su pasado.
Atrás sus juegos de niña,
un novio, un amor serio,
el padre de su heredero,
un casarme yo no puedo.
No iría ella a la iglesia
de blanco por un sí quiero
ahora cuando los años
eran dignos de una abuela.