Su marido era el payaso
que traía dinero a casa
de un circo tan ridículo
como un limón empanado.
Nunca dijo que lo quiso
porque amor sólo sentía
por la nevera llenada
con las risas de los niños.
Mientras él se disfrazaba
de emperador romano
ella se iba de tiendas
lejos de lo estrafalario.
Del marido no hablaba
y menos de su trabajo
de buscador de sonrisas
en clientes de teatros.